Introducción: La mayor parte de los creyentes, vamos a estar de acuerdo con la idea que cuando leemos las Escrituras, lo hacemos con el vivo deseo de encontrar en la Palabra de Dios Su voluntad revelada. Lo anterior, con el propósito de obedecerle en todo, entendiendo que este proceso de conocimiento nos edifica y nos conduce a la adoración, en palabras más técnicas, produce en el creyente una continua doxología.

Pero encontrar la voluntad de Dios, aunque debería ser de muchas formas un ejercicio sencillo, lo cierto es que se complica, no porque la Biblia sea difícil, pues sabemos por ella misma, que el texto revelado por el Omnisciente, es lo suficientemente claro, aunque no todo igualmente claro, dirán las confesiones de fe históricas; no obstante, lo que entendemos como perspicuidad de las Escrituras es una realidad que debe tenerse como un principio de interpretación bíblica, pues, si el Señor nos dio su Palabra, es para que la entendamos.

Este conocimiento divino, llega a los hombres por el Espíritu de Dios, pues él, “todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios”, y mediante su acción en el alma de los creyentes; el Señor concede el conocimiento redentor a los escogidos, para que comprendan la fe, la abracen y puedan entregarse por entero a quien es nuestro Salvador.

Sin embargo, nos enfrentamos a la realidad de que usualmente comprender la Biblia puede llegar a ser una tarea desafiante, sobre todo para quienes hemos sido llamados por Dios para exponerla, me refiero a la acción continua de la predicación y la enseñanza de la Palabra, puesto que lo más importante para quien expone, no es lograr sentirse bien o feliz, y mucho menos, lograr el reconocimiento de quienes lo escuchan, puesto que sería preferible que nos olvidaran a todos los predicadores del mundo, siempre y cuando recuerden a Cristo, como su Redentor.

En el presente y breve escrito que traigo ante ustedes, deseo abordar el tema de la claridad teológica en la exposición bíblica, cualquiera que sea el momento en que se exponga, y serán cuatro los encabezados de los que me ocuparé, iniciando con la limitación que sobre los expositores trae el pecado; seguidamente observaremos los asuntos relacionados con las dificultades exegéticas; un tercer asunto versará sobre la oratoria y el uso de los recursos por parte de quienes enseñan, y la parte final será dedicada al propósito de toda actividad de exposición bíblica por parte de quien enseña.

El elemento pecaminoso del corazón del hombre en la exposición bíblica

Todo expositor de la Escritura sabe que el principal desafío al que se ve enfrentado, es su propio pecado; el orgullo hace que todo ministro quiera en alguna medida el reconocimiento del auditorio, digamos que hay un aspecto ligado a esa aceptación que podríamos decir que es necesario, pues si el estilo de quien predica no es del agrado de los oyentes, podríamos decir, que esto sería un obstáculo insalvable para desarrollar el ministerio de la Palabra, Dios mismo se encarga de crear la aceptación, simpatía y deseo de escuchar, en aquellos que tienen el don, pero el peligro es cuando ese deseo se desordena y hay una especie de enfermedad que lleva a la persona a querer hablar siempre, en todo momento, casi de forma incontrolada; ese tipo de actitud debe ser mortificada por el creyente, y supervisado por los pastores, pues de otra manera afectaría en el futuro a la persona, y obviamente a la congregación.

Pero, más allá de los deseos descontrolados, el pecado afecta principalmente el entendimiento de las Escrituras, pues el alma caída ha creado una forma de interpretar el mundo, y de la misma manera se acerca con presuposiciones carnales a la Biblia, las cuales son usadas para “darle sentido a lo que lee”, pero ese sentido carece de la vida espiritual que exige la Palabra para ser entendida.

Es importante recordar, como bien lo enseña el Doctor Josh MacDowell, que el primer inconveniente en la recta interpretación del texto, no es de tipo intelectual, sino moral y espiritual, pues, aunque la norma divina nos diga cómo debemos vivir, el pensamiento no santificado intentará llevarnos en una dirección contraria, como aquel viejo profeta que convenció al profeta más joven de regresar a donde Dios le dijo que no se quedara, y perdió la vida por un león, que lo mató, pero no lo destrozó.

La mente regenerada siempre buscará el sentido pleno del significado bíblico, luchará contra sus propias ideas pecaminosas y por el poder del Espíritu, vencerá para lograr una interpretación coherente, llena de la verdad de Dios, y alejada de cualquier visión mundana. Tal lucha no sólo será en el campo de la exégesis, sino, principalmente, en el carácter, el logro principal del alma será como lo expresó Juan el Bautista, “Que yo disminuya, pero Él (Cristo) crezca.

Los asuntos relacionados con la dificultad exegética

De igual manera no podemos olvidar los asuntos interpretativos, tener una buena comprensión lectora no es suficiente, ni siquiera contar con la capacidad de realizar buenas delimitaciones textuales, pues se requiere vencer las dificultades exegéticas más comunes.

Recientemente dictando algunas conferencias, sobre Bibliología, para hombres en formación ministerial, noté con preocupación que algunos estudiantes le dan poca o ninguna importancia al método interpretativo, pareciere que dejan algunos elementos de la Palabra a una especie de “libre interpretación”, confundiendo las herramientas exegéticas, con el juicio privado que todo buen creyente tiene como parte de su libertad cristiana.

El hecho es que no es lo mismo utilizar cualquiera de los sistemas nacidos de la crítica textual, entiéndase métodos(s) histórico crítico, que hace uso de una serie de presuposiciones nacidas en la misma Biblia, y que nos permitan tener una adecuada perspectiva gramática, histórica y teológica.

Las presuposiciones de ambos sistemas exegéticos son tan distantes, como está el Polo Norte, del Polo Sur; partiendo de la idea diversas que ambas tienen de la inspiración y la revelación, hasta la consideración del Jesús histórico; las conclusiones de uno y otro, son simplemente opuestas.

La exégesis bíblica requiere un compromiso con el texto dentro de su contexto, el respeto por los géneros literarios, las figuras de dicción utilizadas y ante todo del propósito por el cual Dios nos dio la Biblia, que no es otro, que revelarnos a Cristo como Señor y Salvador de su pueblo.

Además, la historia debe ser vista no como una lucha continua entre opuestos que producen nuevas realidades, borrando así la frontera entre la verdad y la mentira y aún el hecho de que Dios es el Señor de todos los eventos que ocurren, pero jamás debe perderse de vista, que la historia específica de la que hago mención, es la revelación bíblico redentora; todo lo anterior, debe ser entendido dentro de los parámetros de una sana teología.

Los temas que apuntan a la oratoria y uso de recursos de quien enseña

Ahora bien, la exposición oral es de lo más importante cuando hablamos de claridad bíblica, si hay algo que descalifica a un hermano antes de iniciar cualquier actividad relacionada con el ministerio de la Palabra, es la incapacidad de ser claro, esto hace parte de lo que conocemos como, “apto para enseñar”.

La claridad no sólo se relaciona con la voz, la expresión, la dicción, o cualquier elemento que tenga que ver con la habilidad primaria de hablar, sino también con la habilidad para comunicar con gran facilidad, todo el consejo de Dios. Con tristeza recuerdo que más de un buen expositor se ha perdido en las complejidades de sus propias ideas, presentando de forma difícil asuntos que son fáciles o incluso, elementales; mientras que otros hacen mucho más complicado, aquello que de por sí ya lo es.

Presentar todo con claridad, es decir, que la mayoría lo entienda, debe ser parte de nuestra oración continúa al Señor, pues es mejor ser reconocidos por ser claros en la exposición del evangelio, que por una falsa erudición, cuyo único rasgo distintivo sea el uso de palabras técnicas, nunca explicadas, que alejan a los oyentes antes de acercarlos; nuestro modelo en esta parte es el mismo Señor quien nos explicó las grandes verdades del Dios eterno, sus atributos y providencia en palabras comprensibles, aun cuando los oyentes eran de distintos trasfondos culturales y capacidades intelectuales; también el apóstol Pablo tuvo éxito en esa labor, y aunque como el mismo apóstol Pedro lo expresó, algunas cosas escritas por el último apóstol llamado, son difíciles de entender, eso no significa, que todos sus escritos o en general toda la Biblia sea incomprensible.

El fin último de la predicación y de toda actividad que expone la Escritura

Finalmente, y con el propósito que nos ocupa en este breve artículo, que es el que podamos ser más claros, recordemos cual es el fin último de toda actividad relacionada con la exposición de las Escrituras, sean estos: la predicación; la enseñanza dominical, sea dada a adultos o niños; las conferencias o incluso, las clases técnicas en un seminario, no es otro que exaltar y glorificar el nombre de Dios.

Todo el que expone la Biblia, lucha contra el deseo de la autopromoción y el reconocimiento de los hombres, pero curiosamente, parece que Dios mismo se encarga de hacer que en sus servidores ocurra el efecto contrario de lo que se desea. Por un lado, cuando un creyente intenta posicionarse como un gran conferencista bíblico, o un gran teólogo, y su corazón lo empuja en esa dirección, el ministerio que desarrolla, casi nunca despega, y aún en eso vemos el amor de Dios, que no deja hundir a uno de sus hijos en esta clase de pecado de orgullo y en la continua tristeza del fracaso personal al conseguir lo que sus malos deseos le dictan; mientras que aquel que sirve al Señor y busca la gloria del Rey, por lo general es exaltado ante los hombres.

Entiendo que muchos buenos expositores puedan desesperarse o entristecerse, porque a pesar de preparase con dedicación y excelencia, las iglesias locales parece que no crecen; tampoco los seminarios en donde se forman los nuevos ministros, dan la impresión de estar creciendo, pues llegan pocos candidatos a sus aulas; pero ante esto, no deben dejarse acabar por el desánimo, sino seguir haciendo aquello que el Señor les ordenó, es decir, predicando a Jesucristo de forma tan clara y bíblica, que Su gloria sea manifestada a todos los hombres, y todos quienes escuchen, sean desafiados a servirle a Dios, con un corazón limpio.

Por. Alexander Mercado Collante

SDG.